jueves, 24 de junio de 2010

Güemes, personalidad definida por valores de amor y justicia

Güemes, personalidad definida por valores de amor y justicia


Salta, 22 Jun. 10 (AICA).- “Jesús es el grano de trigo que cayendo en la tierra, muere para dar fruto abundante… Ese fruto que rogamos reciba también Don Martín Miguel Juan de Mata Güemes, sin olvidar que el grano de trigo es también modelo para el cristiano, recogido en la vida de nuestro héroe patrio, pues se constituye en el testimonio viviente de quien supo dar su vida por Dios y por la Patria”. Así lo expresa monseñor Dante Bernacki, vicario general de la arquidiócesis de Salta, en una reflexión en la que intenta comprender la personalidad de “este héroe de la patria grande”.

Para ello, extrae dos hechos de la memoria histórica relativos a la vida del prócer: su reacción frente a la detención injusta de un arzobispo que defendía la causa americana y su negativa a ser sobornado con recursos para su curación cuando estaba en agonía.


La caridad, la humanidad y la fe identifican su personalidad

“En aquel entonces -señala el texto-, el Supremo Director don Ignacio Álvarez Thomas, mandó apresar y trasladar al Tucumán al arzobispo de Charcas Don Benito María de Moxó y de Francolí, acusado de realista… Venía maltratado por quien fuera el sargento mayor don Manuel de Rojas… La detención del arzobispo, que apoyó la causa americana, fue verdaderamente injusta, y Don Martín Miguel de Güemes tuvo esa intuición”. Y prosigue: “Llegada a Salta la comitiva, es donde se muestra el espíritu y el temple del General: ‘Aunque el excelentísimo señor general del ejército del Perú ha dispuesto que el ilustrísimo señor Arzobispo de los Charcas pase hasta la ciudad de Tucumán, he tenido a bien por justas consideraciones y sin perjuicio de las órdenes de dicho señor General, que entre en esta, ya sea a tomar algún descanso de sus fatigas (hospitalidad caritativa), ya sea porque la estación rigurosa de lluvias y calores le sería demasiado grave (sensibilidad humana sincera), cuando por otra parte mira este gobierno con todo respeto la alta dignidad que representa´ (identidad de fe)”.

“Aquí -dice monseñor Bernacki- entrevemos la esencia de la personalidad de Güemes: la caridad, la humanidad y la fe que lo identifica como tal. En él vemos aflorar los valores que marcan su corazón, ante los cuales no duda y obra en consecuencia sin pensar en su fama, ni buscar posturas acomodaticias. Sostuvo esta situación con valentía e integridad a pesar de los reclamos de Buenos Aires”.


No antepuso nada al amor a Dios y a la Patria

En segundo lugar, recuerda que “ya prácticamente en su agonía, el realista Olañeta que había tomado Salta, intentó sobornar a Güemes, mandando a ofrecer los recursos necesarios para su curación”. Güemes rechazó la oferta a pesar de que “Olañeta intentó una vez más convencerlo vilmente con garantías, honores, empleos siempre que él y sus tropas rindieran las armas al rey de España”, y ordenó poner sitio a la ciudad y no descansar “hasta arrojar fuera de la Patria al enemigo”.

“Don Martín Miguel de Güemes no antepuso nada al amor a Dios y al amor a la Patria. Sabía que la libertad es el don más hermoso que persona o pueblo pueda tener, y por este don supo entregar su vida con total entereza y valentía. Aquel domingo 17 de junio de 1821, reclinando su cabeza sobre el pecho del sacerdote que lo ayudó a morir, nuestro héroe gaucho entregó su alma a Dios”.


El General es figura señera del Bicentenario

Por último, el vicario salteño afirma que “el General es figura señera del Bicentenario de la Patria, y a la vez paradigma para proyectar la Argentina de este siglo XXI, ya que en él encontramos”:

- “Al hombre que sabiendo reconocer sus límites, supo dejar que las convicciones patrióticas rigiesen su existencia”.

- “Al héroe que abrió surcos generosos en los corazones, sembrando la semilla de la libertad”.

- “Al cristiano que dejó que el Justo Juez fuera el norte de sus pensamientos y sus obras”.

- “Al guerrero que en sus estrategias, dejó entrever el dominio de sí mismo que es la más fuerte de todas las victorias que conducen a las demás batallas con virtud y valentía”.

- “Al gaucho, que supo ganarse el corazón de los suyos con verdad y con justicia, dejando de lado toda demagogia”.

- “Al político que supo darlo todo en servicio del pueblo, y jamás buscó servirse del pueblo”.

- “Al idealista, cuya grandeza nos muestra que la mediocridad no tuvo lugar en su corazón”.

- “Al esposo que supo ganarse el corazón de su amada Carmencita, y al padre que ansiaba ver a sus hijos para compartir con ellos”.

- “Al patriota que supo ofrendar su vida para la grandeza de Salta, de Argentina y de toda América”.



miércoles, 23 de junio de 2010

Los argumentos de Suárez y el Tomismo de Vitoria en la Semana de Mayo de 1810 - Edmundo Gelonch Villarino

Los argumentos de Suárez y el Tomismo de Vitoria en la Semana de Mayo de 1810
Edmundo Gelonch Villarino


Introducción

A mi Maestro Jordán Bruno Genta debo la pista que me lleva a buscar cuál fue la verdadera doctrina que inspiró a los cabildantes de Mayo para justificar la ruptura política con la Península española.

Allá por 1959, yo estaba en Buenos Aires y frecuentaba el hogar de los Genta. El Dr. Gustavo Martínez Zuviría estaba escribiendo su obra “AÑO X”, – que aparecería en 1960 -, y visitaba a Genta en su casa, por las horas de la siesta, para leerle y someter a su opinión las más recientes páginas del manuscrito. Y Genta le decía: “- Pero, fíjese, Doctor, que argumentan con Suárez, pero actúan según Vitoria”.

Si el P. Furlong y otros autores católicos creen reconocer en la doctrina de los cabildantes, el antecedente jesuítico del P. Suárez, Genta la ubicaba en descendencia del dominico P. Francisco de Vitoria.


Contexto Histórico Cultural

Cuando se aproximaba el tricentenario de la Patria (1520 – 1810), nuestra intelectualidad estaba formada, en gran medida, por la jesuítica Universidad de Córdoba desde hacía casi dos siglos (pronto deberemos celebrar el Cuarto Centenario de nuestra primera Universidad, fundada en 1613). Sin duda en su enseñanza primaban los autores magistrales de la Compañía, pero también se marcaba la tendencia que hemos observado reiteradamente: que los intelectuales jesuitas miran mucho a los intelectuales de moda en el mundo, y no solo para aprovechar de ellos, sino para asimilarse muchas veces a esas modas mundanas. Como que, según cree el P. Furlong, Córdoba fue la primera universidad del mundo que tuvo una cátedra cartesiana, aún en vida de Descartes, ex –alumno de los jesuitas. Y recordemos de nuestra época de estudiantes, la ola arrasadora del Padre jesuita Pierre Theilard de Chardin, procurando congeniar las modas del darwinismo y al marxismo con la visión cristiana.

Por el inicio del Siglo XIX, las modas mundanas iban por el lado del Enciclopedismo. No estoy suscribiendo la falsedad tan repetida de que nuestros cabildantes se habrían inspirado en el populismo rousseauniano, ni en otros autores liberales impíos, pero me parece fácil que, teniendo noticias ligeras de las modas ideológicas del Viejo Mundo, pudieran haber leído en el populismo suareciano el desdichado término de la “soberanía popular”. De hecho, con lo que tardan en llegar las modas europeas a nuestro extremo continental, y peor en esos tiempos, es verosímil que no estuviera muy difundido el pensamiento de los enciclopedistas. Belgrano, introductor de las ideas liberales en economía, las conoció en Europa, porque aquí no había noticias. Y Moreno debió pedir permiso eclesiástico ante el Obispo, para recibir la autorización de leer “El Contrato Social”, que también estaba prohibido; y con mucha razón, a juzgar por la intoxicación del pobre Don Mariano.

Digamos de paso que el populismo liberal es aquella ideología que hace nacer la autoridad en el pueblo, del cual sube al gobernante, de modo que sin elección multitudinaria no habría autoridad legítima. Como la sociedad no sería de derecho natural sino producto de una convención, pacto o contrato entre voluntades humanas, solamente la voluntad de los contratantes determinaría la constitución de la sociedad y no la naturaleza humana por sus propias exigencias. Y la voluntad mayoritaria reemplaza al Dios Omnipotente, como resumió Cámpora: “El pueblo, única fuente de autoridad”, extractando el populismo liberal, también heredado por el marxismo, pero que no parece haber estado muy difundido en el Buenos Aires de 1810.

Indiscutiblemente, era la cultura jesuítica principalmente, la que había formado a los más letrados entre los hombres públicos de principios del Siglo XIX. La única universidad próxima, la de Córdoba, y aún la de Chuquisaca, traspasaba aquella segunda escolástica tardía, a veces en las fuentes, otras en manuales.

Es verdad que la tradición de la cultura argentina anterior a la Independencia reconocía la idea de “soberanía popular” como origen de la autoridad política. El R. P. Guillermo Furlong S. J., ilustre y meritísimo historiador de la época, nos dice que, además de las influencias de otros grandes tomistas – Francisco de Vitoria, Juan de Mariana, Roberto Belarmino – : “Francisco Suárez, el jesuita granadino que nació en 1548 y falleció en 1617, fue el pensador que más influyó en el Río de la Plata desde fines del Siglo XVI hasta principios del siglo XIX. Aún más: su doctrina fue la llave de oro con que nuestros próceres de 1810 noblemente abrieron las puertas a la libertad política y a la soberanía argentina.”[1] Influencia que, según Furlong, dataría en el Río de la Plata desde 1585 y en Córdoba desde 1608.

Pero la generación de Mayo es anterior a la Universidad de Buenos Aires, ciudad en la que predominó, hasta 1823, la enseñanza conventual de los Padres Dominicos. Claro es que los graduados universitarios, lo eran por Córdoba o por Charcas, con alguna novedad salamantina. Y esa era la tradición “tomista”, en verdad jesuítica y suareciana, que alimentó intelectualmente a los hombres de Mayo.

Después de 1810 será otra cosa. El liberalismo jacobino o rousseauniano de Moreno, Rivadavia, Agüero, etc., introduce la contradicción doctrinal en el nuevo gobierno y busca imponerse mediante el terrorismo, como la guerrilla del siglo XX. Suyos serán los asesinatos de Liniers y sus amigos, el de Álzaga, el de Dorrego, el de Quiroga, etc., y su herencia ideológica llega hasta los “desaparecidos” del último gobierno militar, porque con aquellos asesinatos iniciaron una tradición de ejecuciones sin proceso, admiradas por unitarios y liberales democráticos, que educó a nuestros mandos militares: ambos bandos, la izquierda terrorista y los generales liberales, son hijos de un sistema educativo que admira “próceres” del Terrorismo. ¿Qué podíamos esperar? Como señalaba Genta, el populismo liberal se agrega y coincide con el populismo suareciano, identificándose en la práctica política.

Sin embargo, nuestro Maestro Genta, como su discípulo Carlos Alberto Schiuma[2], entienden que los cabildantes habrían argumentado en nombre de Suárez, pero habrían obrado según la doctrina del P. Vitoria.


Los Hechos en la Semana de Mayo

El primer paso imprescindible para entender la cuestión, es determinar los verdaderos hechos sucedidos en los días de Mayo de 1810 en Buenos Aires. El más claro resumen encontrado es debido al gran porteño, Don Juan Manuel de Rosas, ilustrado por su primo Don Tomás Manuel de Anchorena, protagonista de todo el proceso, desde el Cabildo de Buenos Aires al Congreso de Tucumán, y asesor posterior del Gobernador de Buenos Aires. Dijo así Rosas:

“¡Qué grande, señores, y qué plausible debe ser para todo argentino este día consagrado por la nación para festejar el primer acto de soberanía popular, que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre año mil ochocientos diez! ¡Y cuán glorioso es para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y una dignidad sin ejemplo! No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en su desgracia. No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella y no ser arrastrados al abismo de males en que se hallaba sumida la España. Estos, señores, fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo celebrado en esta ciudad en 22 de Mayo de mil ochocientos diez, cuya acta debería grabarse en láminas de oro para honra y gloria eterna del pueblo porteño. Pero ¡ah!… ¡Quién lo hubiera creído!… Un acto tan heroico de generosidad y patriotismo, no menos que de lealtad y fidelidad a la nación española y a su desgraciado monarca; un acto que ejercido por otros pueblos de España con menos dignidad y nobleza, mereció los mayores elogios, fue interpretado en nosotros malignamente como una rebelión disfrazada, por los que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente. Y he aquí, señores, otra circunstancia que realza sobre manera la gloria del pueblo argentino, pues ofendidos por tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el gobierno español, perseveramos siete años en aquella noble resolución, hasta que cansados de sufrir males sobre males… nos pusimos en manos de la Divina Providencia, y confiando en su infinita bondad y justicia tomamos el único camino que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera”.(Discurso del Gobernador Don Juan Manuel de Rosas al cuerpo diplomático, el 25 de Mayo de 1836.)

A continuación, comenta Julio Irazusta: “No se podrá negar que este discurso encierra una notable hermenéutica de la revolución argentina. Tal vez la más próxima a la verdad. Ella es la que mejor enlaza los destinos del país independiente, con las tradiciones del pasado colonial. La que mejor concilia el hecho de la emancipación, con el lealismo imperial y monárquico de nuestro primer gobierno autónomo. La única que salva la dignidad nacional de la tacha de perfidia colectiva implícita en la declaración de la independencia por los mismos hombres, sobre poco más o menos, que habían jurado lealtad a Fernando VII. Jamás el Estado argentino se pensó a sí mismo, por el órgano de uno de sus magistrados supremos, con más nobleza y racionalidad que en la alocución maya de Rosas.”[3]

Es importante fijar este primer punto: Como veremos, el movimiento de Mayo no fue un alzamiento contra la Autoridad del Rey, y tampoco lo fue contra la del Virrey, puesto que el tema debatido en el Congreso del 22 de mayo, fue precisamente ese: reconocer el hecho de que la autoridad de Cisneros ya no existía, puesto que la había recibido por delegación descendiendo de un Superior que ya no gobernaba. Había que resolver, entonces, qué se hacía para preservar la soberanía Real.

¿Cómo definieron el problema los protagonistas? “Si la Autoridad Soberana ha caducado en la península o se halla en lo incierto”, en cuyo caso, como diría Saavedra (el más votado) debía “subrogarse el mando superior que obtenía el Excmo. Señor Virrey, en el Excmo. Cabildo de esta capital, interin de forma la Corporación o Junta que deba ejercerlo; cuya formación debe ser en el modo y forma que se estime por el Excmo. Cabildo, y no quede duda de que el pueblo es el que confirma la autoridad o mando”. Este voto triunfador, reunió otros ochenta y seis de apoyo.

Es clave para comprender Mayo, que no se entendía estar ante una vacancia de mandatarios populares, conservándose la fuente de poder en la soberanía del pueblo. En ese caso, el mismo mandante habría designado otro mandatario sin revolución ni mayor cambio en el sistema. Pero los hombres de Mayo no creían que la autoridad ascendiese desde una mayoría popular, como hacen fe quienes creen que el sufragio universal es la expresión de soberanía del pueblo, al que se imaginan otorgando poder. Nada que ver con la multitud ni con delegación ascendente.

Piénsese que, en un virreinato con algunos millones de habitantes, entre los cincuenta mil de la capital virreinal, según dice Cisneros, habría unos tres mil “de distinción y nombre”; pero los hombres de Mayo reconocieron derecho a no más de seiscientos, distribuyendo cuatrocientas cincuenta invitaciones, de los cuales invitados hicieron pasar a doscientos cincuenta y uno, más los diez cabildantes[4]. Y el 22 ganó la mayoría de ochenta y seis, aunque coincidieron parcialmente otros votos parecidos.

Entonces quienes tenían derecho a sufragar, era exclusivamente “la parte principal y más sana del pueblo”, entre los cuales “El Reverendo Obispo, el Excmo. Señor Don Pascual Ruíz Huidobro (máxima jerarquía militar tras el Virrey), SS de la Real Audiencia, y del Tribunal de Cuentas, Ministros de la Real Hacienda, Jefes de Oficinas, Cabildo Eclesiástico, Curas, Prelados de las Religiones, Real Consulado, Comandantes Jefes y algunos oficiales de los Cuerpos de esta Guarnición, Profesores de Derecho, Catedráticos, Alcaldes de Barrio y vecinos…”, en orden descendente.

Sin embargo, de estos pocos cientos de personalidades escogidas, los que decidieron el 25 fueron las autoridades militares encabezadas por Saavedra, ya que “Los testimonios coinciden en que la mayoría de la población permaneció al margen de los sucesos[5]”. La exigencia de reunir el cabildo abierto del 22, como el rechazo a la Junta jurada el 24, ni fue popular ni opuesto al ex – Virrey, sino exclusivamente por que, conservando este el mando militar, eran de temer sanciones a los complotados, mayoritariamente militares. El petitorio del 25 lleva unas cuatrocientas firmas, de las cuales casi trescientas son de militares conocidos, probablemente otras sean de soldados; más unos pocos civiles… La Junta del 25 se integró a gusto de los cuerpos militares[6].

El estilo del movimiento es lo más opuesto a una pueblada: sin multitudes, sin destrozos, sin violencias, sin desórdenes, todo mediante procedimientos legales y decisiones jerárquicas, como suele suceder en los movimientos auténtica y puramente militares, si recordamos los de 1943, noviembre del ’55, y los de 1962 y 1966.

Cuando Saavedra, el Jefe de la Revolución, habla de “pueblo” y el virrey y dignatarios consultan al “pueblo”, siempre se refieren en concreto a las autoridades de los Cuerpos Militares de Buenos Aires, los que empezaron el movimiento y sostuvieron su posición hasta el 25. En todo caso, “pueblo” era la sociedad organizada jerárquicamente: clero, milicia, letrados, comercio, etc[7]. Y el concepto de la participación popular había de ser corporativo, como se entrevé en la enumeración de invitados infaltables, y lo confirma la noticia que trae Sierra, refiriéndose al gobierno jurado el 24: … “Junta, en la que Castelli representó la política, Saavedra las armas, Sola la religión e Incháurregui el comercio”[8].

A ojos de la filosofía liberal y populista, según la cual la multitud es la “única fuente de soberanía”, como dijo Cámpora, estaríamos ante un golpe militar acompañado por una ínfima minoría selecta. Gobierno elitista, si los hay; y entonces, para los populistas, ilegítimo. De allí el invento y la impostura de la historiografía liberal, que debía remedar a la Revolución Francesa con supuestas multitudes revolucionarias en la plaza, para disfrazarla de legitimidad. Nada de lo cual ocurrió, a Dios gracias. Robar el 25 de Mayo de 1810 para su ideología, falseando los hechos, tiene la subsidiaria utilidad de hacer creer que la Patria nació liberal hace apenas doscientos años, ya que, hasta el 24 de mayo, no era argentina, por ser católica y tradicional en su cultura y sus instituciones. Pero que esa identidad desapareció, y de las cenizas del 25, nació “otra Argentina”. Esta discusión recorrió todo 1960, Año del “Sesquicentenario”. Muchos hoy expresan claramente que “la Patria” no tiene más de doscientos años, y otros acortan su vida a la constitucional, o al “crisol de razas” con la ola inmigratoria. Y subyace en la ignorancia popular y la perfidia oficial, hoy, cuando se quiere hacer que el Bicentenario lo sea de la Patria, como si antes no hubiese existido Argentina, con lo cual tampoco los hombres de la Independencia habrían nacido argentinos. “Civilización y Barbarie”, esquema masónico por el cual hay que olvidar todo lo anterior al supuesto liberalismo de Mayo.

La Historia muestra otra cosa. Nada tuvo que ver el liberalismo con Mayo de 1810, aunque sí empezó la masonería a disputar los resortes de gobierno, cuestión que aquí no vale analizar. El de Mayo de 1810 fue un movimiento tradicionalista, católico, jerárquico y militar. Y claro: hoy, para los cerebros lavados, ¿Cómo justificar semejante “monstruosidad” política?

A esta se suma otra pregunta: ¿contra quién fue la Revolución de Mayo? ¿A qué se oponía? La historiografía ad usum ha dado por supuesto que el enemigo era el Rey de España, como después de la restauración de Fernando VII lo fue efectivamente. Pero nada de eso es lo que dicen los documentos contemporáneos.

Los antecedentes muestran las ideas de quienes asumieron el nuevo gobierno. Desde el 2 de Mayo de 1808, España se lanzó a la Guerra de la Independencia contra Francia y Bonaparte, la que en Mayo de 1810 parecía perdida. Las abdicaciones de Carlos IVº y de Fernando VIIº y la expatriación de los otros Infantes dejaban como pretendiente y natural sucesora a la Infanta Carlota, Princesa de Brasil. La mayoría de los que hoy llamamos patriotas eran monárquicos que defendían la legitimidad de esta sucesión dinástica. Pero los portugueses eran tan impopulares como los franceses. Los gobernantes designados por las sucesivas Juntas peninsulares, eran vistas como antiespañolas que querían entregar América a franceses y portugueses, por eso la defensa de la soberanía de Fernando VIIº, en todas las asonadas o revoluciones de 1809 en el Virreinato (Buenos Aires 1º de enero, Charcas el 25 de Mayo de 1809, La Paz el 16 de Julio). En rigor, nadie estaba contra Fernando VIIº: las divergencias y luchas, a veces sangrientas, eran respecto de la designación de una regencia interina: si las Juntas peninsulares, o si Carlota, o si juntas locales, como la de Montevideo desde 1808, si con apoyo de la aliada Inglaterra o sin él.

Después de sostener al Virrey contra los peninsulares independentistas el 1º de enero de 1809, y lograr la disolución de los batallones de españoles, Saavedra, ahora el más poderoso Jefe militar, el 20 de mayo de 1810 define al enemigo declarando al Virrey Cisneros, quien le pide apoyo: “No señor; no queremos seguir la suerte de España, ni ser dominados por los franceses; hemos resuelto reasumir nuestros derechos y conservarnos por nosotros mismos. El que a V. E. dio autoridad para mandarnos, ya no existe; por consiguiente V. E. tampoco la tiene ya, así es que no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en ella”[9]

En la proclama del 29 de Mayo, en la cual se agradece públicamente a los Cuerpos Militares de Buenos Aires por ser los autores de la Revolución, se explana el motivo. ¿Qué se agradece? “…un heroico esfuerzo se propuso vengar nuestras desgracias, enseñando al opresor de Europa, que el carácter americano opone a su ambición una barrera más fuerte, que el inmenso piélago que ha contenido hasta ahora sus empresas”. El “opresor de Europa” es Napoleón Bonaparte, visto como el difusor del ideario de la Revolución Francesa, impía, anticristiana, populista y antijerárquica. Por sospechas de simpatías napoleónicas, Liniers había sido desplazado recientemente. Al rechazo directo del “tirano” Napoleón hay que sumarle el rechazo indirecto a la Revolución Francesa. Las luchas posteriores entre los dirigentes “patriotas”, estarán teñidas de estas dos posiciones: el tradicionalismo hispánico y las simpatías por la ideología liberal jacobina de extrema izquierda revolucionaria; el Orden y la anarquía. Véase el famoso sermón de Esquiú “Lætamur de gloria vestra”, de 1853. Dice Federico Ibarguren: “La consigna aventurada el día 22 y adoptada al fin el 25, fue esta: “contra Napoleón; con o sin el Rey”. La posición antibonapartista, de gran popularidad en España como en América, tuvo la virtud de aunar los propósitos divergentes de los dos grupos…”[10] Habría que agregar: y contra Portugal y contra Inglaterra, que ya habían demostrado históricamente sus intenciones rapaces.

¿A qué desgracias se refiere la proclama de agradecimiento a los Cuerpos Militares, que analizamos? A que “…la triste situación de la Península” había “agitado los ánimos por la incertidumbre de nuestra existencia política,…”. Está expresamente dicho en todos los debates, que el Superior Gobierno de España había caducado. Importa apuntar que España acababa de perder dos cosas a manos de Napoleón: una, los Monarcas; y dos, la soberanía territorial, sojuzgada por la presencia de los ejércitos franceses. Si ya España no era más la península independiente, mantenerse subordinado a su gobierno era subordinarse a Francia. En la persona del Soberano coinciden dos ideas que ahora distinguimos mejor: la soberanía regia o de autoridad que rige y gobierna, y la soberanía nacional de la “república perfecta”, es decir, el Estado independiente, que no es parte de otra unidad política mayor. Si España había ingresado en el Imperio de Napoleón, había perdido su independencia, esa soberanía que reposa en el todo del cuerpo social. Y además, si no reconocíamos al gobierno delegado desde Francia, la Hispanidad estaba acéfala, porque los diputados de un reino no tenían jurisdicción sobre los otros.

Tácita al principio, y cada vez más explícita luego, se perfila la tesis consecuente: si eran varios reinos dependientes de un mismo rey, en ausencia del rey, la soberanía no revierte sobre el gobierno de uno de tales reinos (España) para gobernar a los demás, sino que, tal como ese reino se rige por una junta de regencia, también cada uno de los otros reinos debe hacerlo por su propia junta de regencia. De otro modo, los reinos subordinados al primero no serían soberanos, porque serían partes sometidas e incompletas, como si fueran provincias de una nación. Como se ve, estamos hablando de la “soberanía nacional”, de la independencia de la regencia española, y no de la equívoca “soberanía popular”, aunque se use esta terminología.


Los Argumentos

En consecuencia, la fórmula atribuida al Dr. Castelli, rezaba que el gobierno soberano de España había caducado con la salida del Regente y “debía considerar haber expirado con la disolución de la Junta Central… y la reversión de los derechos de la Soberanía al Pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la instalación de un nuevo gobierno, principalmente no existiendo ya, como se suponía no existir, la España en la dominación del señor don Fernando Séptimo”[11]. Lo cual quiere explicar Sierra: “Se proclamó que la soberanía había revertido sobre el pueblo desde el momento que había desaparecido quien la poseía legítimamente, o sea, se afirmó un principio que venía del Fuero Juzgo y que justifica lo que dice el historiador inglés J. M. Carlyle, de que toda libertad proviene del medioevo.”[12]

Porque era tradición, desde la primera fundación rioplatense, usar el derecho otorgado por la Real Cédula del Emperador Don Carlos, del 12 de septiembre de 1537, por el cual, en caso de vacancia de la autoridad facultada por el Rey, “elijan por gobernador en nuestro nombre, y capitán general de aquella provincia, a persona que según Dios y sus creencias parezca más suficiente para el dicho cargo; y la persona que así eligiesen todos en conformidad, o la mayor parte de ellos, use y tenga dicho cargo … lo cual vos mandamos así se haga con toda paz, y sin bullicio ni escándalo”[13], todo ello 252 años antes de la Revolución Francesa. Derecho ejercido repetidamente, y cuya letra era de plena aplicación a la situación de Mayo de 1810, haciéndolo “en nuestro nombre”, aquí, en el de Fernando VIIº, como se hizo por seis años, hasta 1816.

Probada reiteradamente, – como lo hicieran Ibarguren, Hugo Wast y Schiuma, entre tantos -, que la Revolución de Mayo antes que hija de la Revolución Francesa de 1789, fue contra ella; y que, por tanto, nada debe al Iluminismo ni “El Contrato Social” de Rousseau, según quiere imponer la corriente masónica, queda identificar su inspiración jurídica en la teología y la filosofía del derecho hispánico. Y demostrado también que el de Mayo fue nítidamente un movimiento militar, jerárquico y ajeno a puebladas o a elecciones democráticas, queda por descifrar si al “revertir la soberanía al pueblo” se ha de entender lo mismo que la “soberanía popular “ del Artículo 31 de la Constitución, u otra cosa.

“Era preciso para esta novedad cubrirla con el manto de la voluntad popular”, dice Saavedra en sus Memorias. Y algo así también Rosas.


Doctrinas de Suárez

De lo que eran las enseñanzas académicas, documentadas, en los primeros años del Siglo XVIII, dice Furlong que, “se refieren al origen del poder y sostienen que “la potestad política de un príncipe dimana de Dios”, pero “el principado político no viene inmediatamente, sino mediatamente de Dios”, ya que “Dios sólo confiere la potestad suprema a la comunidad”, “la cual, aún cuando haya sido transferida al príncipe, queda retenida in habitu por el pueblo (populus cum in habitu retinet), pero este no la puede restringir ni abrogar sino en casos muy graves”. Y sigue: “Totalmente suarecianas son estas conclusiones.”[14]

El P. Suárez había escrito: “El Poder Civil siempre que se encuentre en un hombre o príncipe, ha dimanado por derecho legítimo y ordinario del pueblo, o próxima o remotamente; y no se lo puede tener de otra manera para que sea justo”,[15]. Lo cual plantea dos asuntos diversos: que la existencia de la autoridad en el que gobierna ha de serlo por elección del pueblo, y si esa autoridad es o no legítima. Algunos autores contemporáneos, dirían que puede existir un “poder” ilegítimo (Tiranía), pero “sin autoridad”, como si poder fuera una fuerza física, y autoridad un poder moral, del cual surge el derecho a mandar y a ser obedecido. Y en “Defensio Fidei contra Iacobum regem Angliæ”: 3, 3, 2, dice Suárez “La potestad regia viene inmediatamente de Dios, autor de la naturaleza. Pero no por especial revelación o donación, sino por cierta natural consecuencia que muestra la razón natural; por lo mismo, inmediatamente se da por Dios solamente a aquel sujeto en quien se encuentra por fuerza de la razón natural. Ahora bien, este sujeto es el pueblo mismo, y no alguna persona de entre él”… “Aún cuando esta potestad sea como una propiedad natural de la comunidad perfecta, no está en ella inmutablemente, sino que por consentimiento de la misma o por otra justa vía puede privarse de ella y ser transferida a otro”…”La comunidad humana puede transferir su jurisdicción a una persona o a otra comunidad”.[16]Preguntamos: ¿podría no hacerlo?

Difiere Suárez del liberalismo contractualista, en que tanto la autoridad como la misma sociedad son naturales, creaciones de Dios y no producto de un contrato o pacto de voluntades humanas, como pretenden Hobbes y Rousseau. Pero aunque la autoridad venga remotamente de Dios, el gobernante debe recibirla inmediatamente del pueblo, por voluntad de la multitud, en lo cual coinciden el populismo suareciano y el populismo ateo y liberal[17]. A efectos prácticos, es lo mismo.

Aquí surge una pregunta: Si puede considerarse “comunidad perfecta” aquella donde aún no existe autoridad. ¿No sería incompleta, la simple agregación numérica de personas sin autoridades? Y otra. Si el pueblo, siendo “comunidad perfecta”, tiene en sí la autoridad antes de darla, ¿por qué no la ejerce? ¿Por qué transferirla a un gobernante? Puede decirse que esa “autogestión” de un pueblo sin gobernantes nunca ha sucedido. Todos los “autoconvocados” lo son por iniciativa de alguno que los convoca y se queda en la sombra: la multitud puede espontáneamente quejarse de las injusticias y desordenar, pero nunca puede por sí sola dar una solución y producir un orden justo. ¿O será que el pueblo no puede ejercer el poder, la autoridad?

Genta explicaba: “La autoridad es una especie de Poder…No basta la presencia de una fuerza eficaz, de una energía en acción, para estar ante una manifestación de Poder. Lo que hace que una fuerza real sea poder, es su empleo por un sujeto consciente y capaz de decidir en vista de un fin determinado.”…”El Poder supone un agente consciente, libre y responsable que dispone de una fuerza real para actuar conforme a una idea o a una norma de acción” [18]… Entre las diferentes clases de Poder, hay uno “de regir, mandar, gobernar, que exige toda sociedad humana para constituir una unidad de orden y alcanzar el Bien Común. Esta especie de Poder es la que se denomina propiamente autoridad”.[19] Entiéndase que la autoridad es el poder de unificar la multitud ordenándola, ya que el orden es la unidad de lo múltiple, y la sociedad es una unidad de orden en busca de un fin o Bien Común; y no es perfecta si sólo es materia sin la forma o autoridad. Y no es autoridad la que no puede ordenar la multitud hacia el Bien Común. Si la multitud no puede ordenarse sola para obtener el Bien Común, por que necesita una Autoridad unificadora y ordenadora, es que la multitud no tiene autoridad. Multitud es lo opuesto a unidad: es dialéctica de la contradicción, palabrerío hueco, pensar que la unidad pueda surgir de lo múltiple inorgánico que no tiene unidad y la necesita.

El Poder pertenece a la potencia activa, el que ya es en acto y tiene potencia de producir efectos. Por eso el Acto Puro es la Omnipotencia creadora. Si un poder no puede producir efectos, no es Poder. Multitud que no puede es que no tiene poder. “Poder impotente” es una contradicción, algo que no puede ser. Y si la multitud no tiene poder, ¿qué va a transferir al gobernante? ¿Lo que ella no tiene? Si la multitud no tiene autoridad, no es sociedad perfecta, ni puede dar la autoridad que no tiene. La doctrina del P. Suárez, aquí, se ve contradictoria. Y lo contradictorio no puede ser.

Empero, para obrar coherentemente con la teoría suareciana (y con el populismo liberal), sólo se juzga autoridad legítima la que es recibida del voto de la multitud; y no lo sería la que no hubiera surgido de la elección unánime, o mayoritaria por lo menos.


Definiciones del Magisterio

La peligrosidad subversiva del populismo suareciano, tan letal como el populismo ateo, fue nítidamente expresada por el Magisterio Pontificio. En varias encíclicas del corpus leontino se hallan refutaciones, pero elegimos una, de Immortale Dei: “La naturaleza enseña que toda autoridad, sea la que sea, proviene de Dios, como de suprema y augusta fuente. La soberanía del pueblo, que, según aquellas (teorías), reside por derecho natural en la muchedumbre independizada totalmente de Dios, aunque presenta grandes ventajas para halagar y encender innumerables pasiones, carece de todo fundamento sólido y de eficacia substantiva para garantizar la seguridad pública y mantener el orden en la sociedad”[20]. Y otra, de Graves de communi: (La Iglesia)”ha condenado “una democracia que llega al grado de perversidad que consiste en atribuir, en la sociedad, la soberanía al pueblo…”

Pero la distinción que aplasta definitivamente la teoría de Suárez, se da mucho después, al cumplirse el primer Centenario de Mayo. La naciente Democracia Cristiana, en Francia tomó el nombre de Le Sillon (El Surco), y por sus errores calcados del suarecianismo, el Papa San Pío X debió decir: “El Sillon coloca primordialmente la autoridad pública en el pueblo, del cual deriva inmediatamente a los gobernantes, de tal manera, sin embargo, que continúa residiendo en el pueblo (…) Sin duda el Sillon hace derivar de Dios esta autoridad que coloca primeramente en el pueblo, pero de tal suerte que la “autoridad sube de abajo hacia arriba, mientras que en la organización de la Iglesia, el poder desciende de arriba hacia abajo”. Pero además de que es anormal que la delegación ascienda, puesto que por su misma naturaleza desciende, León XIII ha refutado de antemano esta tentativa de conciliación de la doctrina católica con el error del filosofismo. Porque prosigue: “Es importante advertir en este punto que los que han de gobernar el Estado pueden ser elegidos en determinados casos por la voluntad y el juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se oponga o contradiga esta elección. Con esta elección se designa al gobernante, pero no se le confieren los derechos del poder. Ni se entrega el poder como un mandato, sino que se establece la persona que lo ha de ejercer…. Por otra parte, si el pueblo permanece como sujeto detentador del poder, ¿en qué queda convertida la autoridad? Una sombra, un mito; no hay ya ley propiamente dicha, no existe ya la obediencia.”[21]

Vale detenerse un momento en la lectura, para entender mejor. ¿Qué quieren decir los Pontífices, con eso de que la soberanía popular es falsa, fementida, perversa, ineficaz, o un mito, una sombra? No significa que el pueblo soberano sea malvados o yerre; quiere decir que su poder no es real, que no existe. Que el que gobierna en su nombre no tiene de él autoridad, es pura apariencia, un títere… Si el poder no es verdadero, es impotente. Con la soberanía popular ¿gobierna la impotencia? La impotencia no puede, no gobierna. Esquiú temía a “anarquía y despotismo”. Sin autoridad, en anarquía, hay desorden e injusticia, inseguridad, caos social; con gobierno títere hay el despotismo anónimo e irresponsable de poderes reales y secretos tras el trono: sea la Logia Lautaro, sean las logias masónicas, sean las multinacionales, la mafia o el poder de los banqueros… La soberanía popular nunca fue más que una máscara de Otro Poder que, por ser anónimo, es irresponsable…

Sigamos con Pío X, que antes decía: “… además, rechazan la doctrina recordada por León XIII sobre los principios esenciales de la sociedad, colocando la autoridad en el pueblo y tomando como ideal para realizar la nivelación de clases. Caminan, por consiguiendo, al margen de la doctrina católica, hacia un ideal condenado.”[22] Lamentablemente, a pesar de la diáfana claridad de esta condena, en el “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia” compilado por el Pontificio Consejo Justitia et Pax y publicado en 2005, el mismo error es presentado como si fuera la doctrina oficial de la Iglesia sobre la autoridad, en el nº 395. Esperemos una pronta rectificación.


Doctrina de Francisco de Vitoria

Así como Suárez fue maestro de la ideología de la “soberanía popular” que nos esclaviza, Vitoria lo es de la doctrina de la “soberanía nacional”, que fundamenta la independencia.

Todas las ideologías, en la medida en que son falsas o contradictorias, se oponen a la realidad: no realizan lo que imaginan, ni cumplen lo que prometen. Entonces, ¿cómo pudo resultar algo real del populismo suareciano, como no sea el desorden dialéctico que divide a los argentinos desde entonces? ¿Y cómo existe la Argentina?

Es que la acción política de los hombres de Mayo no obedeció a la ideología populista que invocaron. Aunque confundidos intelectualmente, obraron prudentemente, con virtud práctica, conforme a la sabiduría realista del gran tomista salamantino, Padre Francisco de Vitoria. La realidad de la vida en una sociedad jerárquica y ordenada, se hace hábito o virtud de prudencia; y el ejercicio del mando en el marco de normas rectas, enseña prudencia gubernativa, todo lo cual configura una cultura política tradicional, inspiradora de la sensatez de nuestros próceres.

Si la Revolución de Mayo no fue una pueblada, ni siquiera actuó en ella una muchedumbre, es que fue un proceso aristocrático al menos, si no queremos ver en Saavedra al caudillo que guía con visión superior. En toda jerarquía humana, desaparecida la cabeza, tienden a reemplazarla las jerarquías que le siguen. Recordemos el caso de San Martín, cuando insubordinado del Gobierno de Buenos Aires, decide proseguir la campaña libertadora y vuelve a Chile, ya no puede investir una autoridad que había recibido del gobierno porteño, por lo cual reúne a los Coroneles que comandaban las distintas unidades del Ejército Libertador y depone en ellos el mando. Y son los Comandantes de unidades los que lo eligen General de la campaña Libertadora, tal como lo quería también el Gobierno de Chile. A nadie se la habría ocurrido llamar a elecciones y hacer votar a todos los soldados del ejército, como sería lo aconsejable según se sigue de los dichos de Suárez y Rousseau.

O cuando muere un Sumo Pontífice, eligen al sucesor los Cardenales, y no se hace por el voto de todos los bautizados (como pretendía un manifiesto de los Sacerdotes para el Tercer Mundo, y parecen proponer ciertas autoridades de una universidad sedicente católica).

Esas prácticas, tradicionales en 1810, encuentran el sustento teórico en los escritos del P. Vitoria, que anticipan y sostienen a las posteriores definiciones del Magisterio Pontificio. Este dominico insigne, profesor de Salamanca, asesor de Carlos V y maestro de los padres conciliares españoles en Trento, ha dejado varias Relecciones Teológicas que fundan el Derecho Internacional Público enraizado en la Ley Natural. (A eso se refería Juan Pablo II, cuando ante la agresión norteamericana a Iraq, declaró que era “la desaparición del Derecho Internacional”). Los temas que nos ocupan están primordialmente en las relecciones “De la Potestad de la Iglesia”, “De la Potestad Civil”, y en ambas llamadas “De Indiis”, de las cuales la segunda también es nombrada como “De Jure Belli”, o “Del Derecho de Guerra”. El Derecho Indiano en el cual se formó la Argentina y se educaron los hombres de Mayo, era un prudente desarrollo de los principios tomistas aplicados por el P. Vitoria.

Vitoria enseña, en “De la Potestad Civil”, que “Toda potestad, pública o privada, por la que es administrada la república secular, no sólo es justa y legítima, sino que tiene de tal manera a Dios por autor, que no podría ser quitada o subrogada por el consentimiento de todo el mundo”[23]. De inmediato saltan dos cosas: 1ª) Que la autoridad viene de Dios; y 2ª) que no es la voluntad humana, ni individual ni colectiva, la causa de la autoridad política. Lo prueba el Maestro siguiendo a Aristóteles en la búsqueda de las causas de la Potestad: la primera, el Fin: “Así, pues, como las humanas sociedades sean constituidas para este fin, a saber, que nos ayudemos los unos a los otros a llevar las cargas, y entre todas las sociedades es la sociedad civil la en que más cómodamente atienden los hombres a sus necesidades, síguese que la comunidad es una naturalísima comunicación conformísimo a la naturaleza…” “Es, pues, muy claro que la fuente y origen de las ciudades y de las repúblicas no es invento de los hombres ni artificio, sino cosa nacida de la naturaleza…(…) y síguese inmediatamente, que es el mismo el fin y la misma la necesidad de los poderes públicos, pues …no habría sociedad estable sin alguna fuerza, sin potestad gobernante y providente…se desharía la república y se disolvería la ciudad sin alguna providencia que obrase en la cosa común y atendiese al bien común”[24] La causa formal sigue a la final. Con lo cual está diciendo que la autoridad o forma, es parte esencial de una sociedad perfecta, y que no puede hablarse de comunidad sin autoridad, a la que compara con la función del alma en el cuerpo: así como no hay cuerpo si la materia corporal no está unida y ordenada por el alma o causa formal. No es cuerpo la materia sin forma, es pura potencia, sin acto, no existe.

Y prosigue por la causa eficiente: “Si demostramos que el poder público ha sido constituido por el derecho natural, como el derecho natural no tiene otro autor que Dios, es manifiesto que la pública potestad no procede sino de Dios, ni se contiene en la condición de los hombres ni en derecho alguno positivo”…”Y si las repúblicas y sociedades son constituidas por el Derecho Divino o natural, también lo son las potestades, sin las cuales no pueden las repúblicas subsistir”[25].

“Más, la causa material en que esta potestad reside por derecho natural y divino es la misma república, a la cual de suyo le compete gobernarse a sí misma y administrarse y dirigir todas sus potestades al bien común.” No está diciendo que el pueblo, materia social, sin autoridad se gobierne a sí mismo, sino que la República, constituida íntegra con sus autoridades, debe tener la autonomía necesaria para asegurar el bien común. ¿No es esta potestad, entonces, lo que hoy llamamos “soberanía Nacional”? Porque sigue más adelante: “es menester que la misma comunidad se baste a sí misma y tenga potestad de gobernarse”[26]. La independencia es necesaria.

Hoy resulta insólito el argumento con que lo prueba: “Principalmente, teniendo cada hombre por ley natural potestad y derecho de defenderse, supuesto que nada es más natural que rechazar la fuerza con la fuerza, y ciertamente no hay razón para que la república no ejerza esta potestad cerca de sus ciudadanos, como en miembros para la integridad del todo y la conservación del bien público”. “Además, matar a un hombre está prohibido por Derecho Divino, como es claro, en los preceptos del Decálogo; por tanto, la autoridad de matar procede del Derecho Divino”…”Ni basta decir que el Derecho Divino no prohíbe matar a hombre alguno, sino al inocente; porque la conclusión es, que al hombre privado no le es lícito matar a otro hombre, aunque criminal; luego alguna autoridad de matar tiene la república, que no la tiene el hombre privado, y ella no puede proceder del derecho positivo; luego procede del Derecho Divino”. “Y porque esta potestad está principalmente en los reyes a los cuales confió la república sus veces, hemos de disputar del regio principado o potestad”.[27] Si ahora empieza a tratar de la potestad de gobernar, es que hasta aquí ha venido hablando de esa otra potestad que tiene la república para orientar sus destinos, que hoy llamamos soberanía política, que reside en el todo de la Nación independiente. Por tanto, los términos conceptualmente opuestos no han sido Gobierno y multitud, sino Soberanía de la república enfrentada a otras repúblicas o poderes exteriores (incluída la potestad eclesiástica).

Pocos años antes, la revolución de los anabaptistas de Münster, en Baviera, entre otros crímenes, había establecido un régimen comunista, que negaba el origen divino de la autoridad. Por eso dice Vitoria: “no faltan ni entre los cristianos quienes niegan su procedencia de Dios… y así son tan adversarios de todas las dominaciones y potestades, excepción hecha de la potestad en forma democrática…”. Pero les responde: “La monarquía o potestad regia, no sólo es justa y legítima, sino que los reyes tienen su poder de Derecho divino y natural, y no de la república, o mejor, de los hombres.”

Como puede verse, Vitoria rechaza de antemano la teoría que formularía Suárez años después. Y lo hace con argumentos directamente aplicables: “Porque, como la república tiene la potestad en orden a los intereses de la misma república, y esta potestad no puede ejercerla mediante la misma multitud… fue necesario que la administración de la potestad se confiase a alguno o a algunos, que tuviesen cuidado de ella; y no importa si se confía a uno o a muchos; luego pudo contraerse la potestad que es la misma que la de la república”[28]. Es decir, que en el soberano reside la plenitud de la potestad humana y civil y que ésta no reside en el pueblo gobernado, la multitud incapaz de ejercerla. Arguye con abundantes autoridades de la Sagradas Escritura, para terminar con una cita de Job, bastante distinta de cierta pastoral de moda: “Dios no rechaza a los poderosos, porque es El poderoso”. Pero podría argumentarlo también filosóficamente, diciendo que si la autoridad es forma y el pueblo sin ella es materia, no es la materia el autor de la forma, craso y grosero error del materialismo de los sostenedores de la soberanía popular.

Para descalificar aún más lo que serían las teorías populistas, concluye Vitoria subrayando: “Yerran, pues, los autores que afirman que la potestad de la república es de Derecho Divino, pero no la regia. (Como si dijérase la soberanía nacional viene de Dios, pero la autoridad del gobernante llega a través de los hombres, como en Suárez). Si los hombres o la república no tuviesen potestad de Dios, sino que por libre acuerdo se uniesen en sociedad (contractualismo, etc.) y para bien de todos quisieran constituir sobre sí un poder, entonces sí que procedería de los hombres la potestad pública, como es la que los religiosos dan al Abad. Y no es así, pues ha sido constituida en la república, aunque a ello se opusieran todos los ciudadanos, una potestad para administrarla, al cual oficio han sido destinados los soberanos civiles”[29]. Nada valdría la unánime voluntad popular, contra el principio de autoridad.

Luego continúa demostrando el derecho a la soberanía nacional, “tampoco la república puede ser privada de ningún modo de esa potestad de defenderse a sí misma y de administrarse contra las injurias de los propios y de los extraños, lo cual no podría hacer sin los poderes públicos”, argumento que reúne la Autoridad y el Poder de Defensa Nacional, tal como sucedió en Mayo de 1810( y significa, por lo tanto, que el debilitamiento del poder militar es una pérdida de autoridad política, y una disminución de la soberanía nacional). Sigue después que “no hay mayor libertad bajo los regímenes aristocrático y democrático”[30] que en la Monarquía, concluyendo que “el mejor régimen es el de uno solo, al modo que todo el mundo es gobernado por un solo y sapientísimo Príncipe y Señor”.[31] Que era esta una buena previsión nos lo demostraron las disensiones y guerras civiles que siguieron a la instalación de la Primera Junta de Gobierno y a otros cuerpos colegiados, claramente aristocráticos en su instalación, ya que no siempre en sus miembros. El carácter aristocrático de un movimiento que declamaba como institución la soberanía del pueblo, lo muestra la famosa Logia Lautaro, especie de senado extrainstitucional de notables, destinado a mantener un rumbo patriótico en medio de las variaciones y la inestabilidad del gobierno formal. Como en 1810 los Comandantes militares orientaron las grandes decisiones políticas por encima del Virrey, del Cabildo y todas las instituciones, la Logia Lautaro, integrada por los Comandantes y por algunos vecinos destacados, procuraba la continuidad de una política cuya ejecución era encargada a un Gobierno en el que ninguno de ellos creía ya. Muestra del mito de las “instituciones”, por las cuales no pasa el Poder.

Parecería contradictorio que Vitoria afirme: ”la mayor parte de la república puede constituir rey sobre toda la república, aún resistiéndose el resto de los ciudadanos…”[32] , aunque “este rey es sobre toda la república”, porque “No se apela del rey a la república; por tanto, no es mayor la república ni superior”[33]. Pero mayor o menor parte no se cuentan como en el sufragio universal, porque hay que recordar que nada más ajeno a la visión antipopulista de Vitoria que confiar los asuntos públicos al juicio de la multitud, ya que siempre que el Rey debe aconsejarse, ha de hacerlo con la mejor parte de la comunidad, como en el caso de guerra: “para justificar un acto no es suficiente el parecer de cualquiera, sino que es menester la aprobación del sabio”[34], y “Débese consultar a los sabios y virtuosos, a los que con libertad, sin ira y sin odio y sin ambiciones exponen su parecer, pues no se ve fácilmente la verdad allí donde estas pasiones dejan sentir su influencia”[35]. Para mayor precisión, aclara “Los senadores, diputados y todos los que son admitidos o llamados a la gobernación pública o a los consejos del soberano…”[36] y sólo ellos, porque “No sería posible ni conveniente comunicar con la plebe todos los negocios públicos y asuntos de gobierno”[37]. O sea que es la virtud y no la cantidad, lo que da derecho y autoridad para opinar en política. Tal cual fue el criterio con que se convocaron los Cabildos de Mayo del Año X. Y tampoco sería erróneo aceptar la elección del Rey por una mayoría, como leímos en León XIII y San Pío X, aclarando que con ella no se confiere autoridad.

La Revolución de Mayo no fue una especie de asamblea de apátridas que, por contrato social fundó una nueva Patria. Era una Argentina adulta y madura de más de dos siglos y medio, educada en la filosofía escolástica y tomista, pese al error suareciano. Es una pena que desde Mayo no se haya rectificado ese error doctrinal que, quizá exceptuado a San Martín, han invocado repetidamente todos nuestros políticos, aún los mejores Hombres de Autoridad. Y a partir de las definiciones Pontificias del siglo XX, queda evidenciada cuál es la falla estructural de nuestras Constituciones: haber rechazado el Reinado Social de Cristo Rey, y haber erigido en su lugar el falso ídolo de la fementida y perversa soberanía popular para disimular de qué Poder Oculto somos colonia.


Córdoba (R. A.), Marzo de 2010.



Notas:
[1] Guillermo Furlong: “HISTORIA SOCIAL Y CULTURAL DEL RÍO DE LA PLATA”, Tipográfica Editora Argentina, Buenos aires, 1969, Tomo II, página 172.
[2] C. A. Schiuma: “EL EJÉRCITO ARGENTINO EN LA REVOLUCIÓN DE MAYO”, Huemul, Buenos Aires, 1976.
[3] Julio Irazusta: “TOMÁS MANUEL DE ANCHORENA, o La Emancipación Americana a la luz de la Circunstancia Histórica”, Ed. Huemul, 2ª edición Buenos aires 1962. Cap. VII.
[4] Vicente Dante Sierra, “HISTORIA DE LA ARGENTINA”, Tomo IV (1800 – 1810), Libro Tercero, Capítulo Cuarto, 1, pág. 533 y ss.
[5] V. D. Sierra, op. cit. pág. 549.
[6] Véanse las obras de R. Marfany, V.D. Sierra, C. A. Schiuma, Hugo Wast, etc.
[7] Así, jerárquicamente, lo interpretaba, Federico Ibarguren, siguiendo a Furlong.
[8] V. D. Sierra: op. cit. pág. 549. También J. Ma. Ramallo: “LOS GRUPOS POLÍTICOS EN LA REVOLUCIÓN DE MAYO”, Cap. X. Ed. Macchi, Buenos Aires, 1983.
[9] V. D. Sierra, op. cit. página 527.
[10] Federico Ibarguren: “ASÍ FUE MAYO”, Ediciones Theoría, Buenos Aires, 1956.
[11] V. D. Sierra, op. cit. 539.
[12] Op. cit., pág. 540.
[13] V. D. Sierra, op. cit. Tomo I, pág 225.
[14] Op. cit., pág.174.
[15] F. Suárez: “DE LA LEY Y DE DIOS LEGISLADOR”, Libro 3º, cap. 4. Citado por J. B. Genta en “DOCTRINA POLÍTICA DE SAN MARTÍN”, Ed. Nuevo Orden, Buenos Aires, 1965, pág. 31.
[16] F. Suárez: “DE LA LEY Y DE DIOS LEGISLADOR”, Libro III, capítulo 3.
[17] Cfr. Guillermo Furlong S. J.: “HISTORIA SOCIAL Y CULTURAL DEL RÍO DE LA PLATA”, tomo II, pág. 176 y ss.
[18] J. B. Genta: “PRINCIPIOS DE LA POLÍTICA”, Ed. Cultura argentina, Buenos Aires, 1970. Capítulo II: “¿Qué es la Autoridad?”, pág. 41.
[19] Id. Pág. 43.
[20] León XIII: “IMMORTALE DEI”, nº 13.
[21] S. Pío X: “NOTRE CHARGE APOSTOLIQUE”, nº 21 y 22.
[22] Id. , nº 9 in fine.
[23] P. Fray Francisco de Vitoria O. P. :”RELECCIONES TEOLÓGICAS”, Editorial Enero, Buenos Aires, 1946. Página 328.
[24] Op. cit. pág. 332.
[25] Op. cit., pág. 333.
[26] Op. cit., pág. 334.
[27] Op. cit, págs. 334 y 335.
[28] Op. cit. pág. 336.
[29] Op. cit. pág. 339
[30] Op. cit. pág. 340
[31] Op. cit. pág. 341.
[32] Op. cit. pág. 342.
[33] “DE LA POTESTAD CIVIL”, pág. 344
[34] “RELECCIONES TEOLÓGICAS”, “DE JURE BELLI”, pág. 127.
[35] Id. Pág. 127.
[36] Id. Pág. 128.
[37] Id, pág. 129.








lunes, 7 de junio de 2010

Responso con ocasión de la Repatriación de los restos del Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas - P. Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu

Responso con ocasión de la Repatriación de los restos del Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas
P. Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu


El P. Ezcurra fue el responsable de rezar un Responso en la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas el 30 de septiembre de 1989, luego de 137 años de exilio, y que aquí se reproduce en su totalidad.


En nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…

Señor te damos gracias porque Juan Manuel ha vuelto a su Patria.

Te damos gracias porque ha vuelto por la puerta grande con el reconocimiento y con el honor que San Martín le deseara…

Te damos gracias porque ha encontrado un lugar en el corazón de su Pueblo…

Te damos gracias porque al sepultarlo, sepultamos más de cien años de leyenda negra, de oscuridad, de historia escrita con inexactitudes a designio…

Te damos gracias en nombre de todo este Pueblo en fiesta…


Y te pedimos Señor…

Te pedimos que no olvidemos nunca las cosas grandes de nuestro pasado porque una Nación solo puede construir su futuro si, como un árbol, tiene hundidas profundamente las raíces en la Verdad de su pasado.

Te pedimos Señor que el ejemplo de Juan Manuel sea la inspiración de nuestra juventud. Que miren no a los ídolos de la farándula o de las series extranjeras sino al ejemplo de los santos y al de los héroes y encuentre en Juan Manuel el arquetipo del Gaucho y del Patriota… Que Juan Manuel, con su austeridad y con su honradez, con su patriotismo y con su firmeza, sea el ejemplo para nuestros hombres de gobierno.

Te pedimos Señor por la Unidad de todos los argentinos. Por una unidad que no sea construida sobre pactos que no se cumplen, sobre dobles discursos, sobre palabras falsas ni un sentimentalismo que no dura sino en la verdad de una empresa grande, de una empresa nacional del Bien Común de la Patria puesto por encima de los intereses particulares, por encima de los intereses de sector, de clase o de partido.

Te pedimos nos des la gracia de construir la Argentina mirando hacia las profundas raíces, hacia los valores espirituales, culturales y tradicionales de nuestra Patria. No hacia lo que nos viene importado desde afuera, hacia las ideologías, hacia los imperios que Juan Manuel enfrentó sin ceder ante ellos ni un ‘tranco de pollo’.


Te rogamos Señor por los que han hecho esta Patria, regando y santificando su suelo con el sudor en el trabajo, con la sangre en las batallas.

Te rogamos por el alma de todos los muertos por la Patria. En la Independencia, en las guerras de la Soberanía, en la Vuelta de Obligado. Por aquellos que no descansan sino esperan en la turba de las Malvinas y en las aguas heladas de los mares del sur.

Te rogamos Señor que le des a Don Juan Manuel de Rosas el descanso eterno y que a nosotros nos niegues el descanso, nos niegues la tranquilidad, la comodidad y la paz hasta que con los escombros de esta Patria en ruinas sepamos edificar la Argentina Grande que Juan Manuel amó, en la cual soñó y por la cual entregó su vida.


Padre nuestro, que estás en los cielos...


Dale Señor el descanso eterno y brille para su alma la luz que no tiene fin.

Que el alma de Don Juan Manuel de Rosas y las almas de todos los fieles difuntos por la misericordia de Dios, descansen en paz y que la bendición de Dios Todopoderoso, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo descienda sobre todos los aquí presentes y sobre todo el Pueblo de nuestra Patria.




martes, 1 de junio de 2010

Seminario “Mayo Revisado” - Dr. Enrique Díaz Araujo

Seminario “Mayo Revisado”
Dr. Enrique Díaz Araujo


Estimados:

Con ocasión del “Bicentenario”, el Centro Pieper invita a participar de un seminario de historia argentina que abordará la temática de la Semana de Mayo de 1810, a realizarse el jueves 3 (a partir de las 19.30)viernes 4 (a partir de las 19.30) y sábado 5 (a partir de las 10.00) de Junio en el Centro Educativo FASTA, Falucho 3122, de nuestra ciudad de Mar del Plata.

El título del seminario es “Mayo Revisado”, a cargo del Dr. Enrique Díaz Araujo, abogado e historiador mendocino con más de 85 obras publicadas, quien continúa así el ciclo de Pensamiento Contemporáneo que dicta el Centro Pieper bajo el lema: “Pasión por la verdad”.

Los interesados pueden solicitar mayor información:
A los teléfonos (0223) 495-0465 ó (0223) 154-36-3298 / 155-03-4406
O al siguiente correo electrónico: centropieper@gmail.com


* * * * *


Para saber quién es el Dr. Díaz Araujo:

Para conocer la programación completa del Curso:

Primera Parte - Ciclo 2010

Segunda Parte - Ciclo 2010


Seminarios Optativos:

Seminario sobre «Historia Iberoamericana» - Año 2010

Seminario sobre «Fe y Razón» - Año 2010


Los esperamos.



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